miércoles, 15 de junio de 2011

Indignado, pero menos

Ayer oí en la radio que el único acertante de la Primitiva del pasado sábado era un “indignado” de los que llevan, o llevaban, en la Puerta del Sol ni se sabe cuántos días… y que va a invertir el premio en hacerse empresario… ¿Seguro? ¿De indignado a capitalista por solo seis bolitas que el resto de los españoles, menos indignados o al menos con una indignación más discreta, llevamos esperando desde la noche de los tiempos? Debe ser cierto que el dinero no cambia a las personas, somos las personas las que cambiamos con el dinero.
No es justo. No es justo que después de tantos años deseando demostrar su indignación, su hartazgo del sistema, su denuncia al capitalismo, vaya ahora la mala suerte y quiera la coincidencia que le toque la Primitiva, que se ha llevado por delante, de un plumazo, toda su filosofía de cambio.
El problema no es que un indignado lo esté ya menos con su premio. El problema es que ha dejado de ser indignado sin que hayamos podido saber qué le indignaba. La gran incógnita, a mi juicio, del 15-M es saber qué quieren. Solo lo tendría claro si su intención fuese armar follón, pero imagino que la cosa va mucho más allá. Ellos, según dicen, han dejado de confiar en el sistema y quieren cambiarlo. Hasta ahí todo bien, pero… ¿por cuál? La sociedad y quienes la habitamos no estamos dispuestos a arriesgar lo que tenemos, por muchos defectos que tenga y por muy mejorable que sea, por algo que no sabemos en qué consiste. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí, y es cierto que conocemos muchos sistemas que funcionan de manera similar al nuestro, con mejores o peores resultados, pero con una estructura que se parece a la nuestra en un alto porcentaje. Pero conocemos, también, muchos sistemas que funcionan inmensamente peor que el nuestro, sistemas en que los Derechos Humanos tienen la misma importancia que nosotros damos a las célebres frases de los sobres de azúcar, en que la riqueza está aún peor repartida que en España, en que la voz del pueblo lleva muchos años afónica.
El sistema puede mejorarse, de eso no hay duda, pero habrá que saber bien cómo vamos a mejorarlo antes de iniciar esa reforma. Y eso, sin duda, requiere un proceso de reflexión mucho más profundo del que puede hacerse acampando en plena calle.

martes, 7 de junio de 2011

La bolsa en caída libre

Después de un paréntesis, lo sé, de casi un mes, en que otras obligaciones me han llevado a dejar atrás mi habitual cita con caféconpastas, creo que ha llegado el momento de retomar la buena costumbre de compartir este espacio de reflexión, no sin antes disculparme por la tardanza y agradecer, a quienes me han preguntado si esto había acabado para siempre, su insistencia por este regreso.
En este mes de ausencia, el mundo ha cambiado. Es cierto que el mundo cambia cada día y que no hace falta más que mirar los acontecimientos con un poco de perspectiva para darnos cuenta de que la evolución de las cosas, para bien o para mal, es algo imparable.
Si lo pensamos rápidamente, las elecciones autonómicas del 22 de mayo parecen haber sido ese revulsivo imparable que hace que todo sea distinto. Nada más lejos de la realidad. Las elecciones pueden suponer un cambio en muchas cosas, pero la transformación es mucho más profunda, hasta el punto que ni los pepinos son lo que eran.
Cuantas veces habremos dicho, y oido, aquello de “me importa un pepino”, así, como algo intrascendente y carente de cualquier significado, y mira la que se ha liado por su inocente culpa. La verdad es que cuesta tan poco hacer daño, que habrá que empezar a pensar, y confiar, en la bondad infinita del ser humano que permite que los demás vivan a su alrededor sin hundirlos en el fango varias veces por día. Cualquier rumor, por pequeño e infundado que sea, acaba desembocando en una espiral descontrolada que puede acabar, en pocos minutos, con el prestigio personal o con el hundimiento de un mercado y de los que le rodean. Con esta “eficacia del rumor” podrían explicarse desde rupturas matrimoniales hasta desplomes de valores en la Bolsa.
Y, por cierto, hablando de bolsas, también están en horas bajas. Aquello tan simple, que tan frecuentemente repetiamos en la caja del super, “¿me puedes dar otra bolsa, por favor?” también se ha acabado. Hace un tiempo empezó Carrefour y ahora se han unido Consum y Mercadona a la moda de que, si quieres la bolsa, la pagas porque, según parece, al pagarle al supermercado lo que les cuesta la bolsa y un poquito más, contribuyes a conseguir un medio ambiente más feliz.
La cuestión es que ahora llenamos el carro dos veces y pagamos solamente una. Primero lo llenamos en las estanterías y luego en la caja, después de pagar la compra (y ahorrarnos la bolsa), convirtiendo el maletero en un escaparate de ultramarinos de tercera porque, por supuesto, esas nuevas bolsas de usar, usar, usar y seguir usando, nunca están donde se les necesita.
La conclusión de todo esto es que, sin pepinos y sin bolsas, los supermercados ya no son lo que eran, y si los supermercados cambian es una señal inequívoca de que el mundo está cambiando. Con el tiempo volverá todo a la normalidad, aunque esto no signifique que vuelva todo a ser como era antes, sino que ya consideraremos normal que sea como ahora es.