Ayer por la tarde nos dejaba Alfredo Di Stéfano. Sin ser (yo) un apasionado del fútbol (lo confieso, a estas alturas aún no he visto un solo partido completo del Mundial de Brasil), hay nombres que, obligatoriamente, son una referencia en este deporte y D. Alfredo lo era. Si después de casi cincuenta años de su retirada como jugador, se le sigue considerando como uno de los grandes es porque realmente debió serlo, dentro y fuera del campo, y tanto durante su etapa como jugador, como cuando fue entrenador o presidente de honor del Real Madrid.
Las leyendas se nos van, y nos quedamos huérfanos de su sabiduría y de su experiencia. Dejan siempre (por eso son leyendas) un importante legado, pero se llevan con ellos gran cantidad de historias y vivencias que nos podrían servir para dar un enfoque adecuado a muchas de las cosas a que nos enfrentamos cada día. Nada sirve si no perdura. Si no somos capaces de transmitir aquello que sabemos, aquello que somos, difícilmente podemos ser recordados cuando ya no estemos, porque nos habremos llevado con nosotros todo aquello que nos caracterizaba. El poder no tiene hoy una relación tan directa con el saber como con el saber transmitir, y siempre vamos a ser más recordados por aquello que enseñamos que por aquello que sabemos.
Recordaba esta mañana a mi abuelo (otro grande) contándome historias de Di Stefano, de aquel tiempo en que el fútbol era algo tan distinto a lo que hoy es. Recuerdo su admiración por él como jugador y como entrenador. Esos eran los verdaderos ídolos, cuando ese reconocimiento se ganaba en el campo, jugando al fútbol, y no en las noticias de deportes, con las absurdas declaraciones de cada día.
De mis escasos recuerdos de Di Stéfano, no he olvidado nunca su frase cuando, siendo entrenador del Valencia, en 1986, se consumó el descenso a segunda división: “No se me caerán los anillos por entrenar en segunda”. Y así fue. Cumplió su compromiso y devolvió al equipo a primera, en solo un año, con un excepcional paso por la segunda división, play-off incluido.
A los grandes no se les caen los anillos por hacer cosas que otros consideran contraindicadas para su “presunta grandeza”. Su genialidad está por encima de las acciones del día a día, esas pequeñas acciones de las que ellos son capaces de hacer grandes hazañas. Tenemos mucho que aprender de D. Alfredo y de quienes son como él. Tenemos mucho que aprender de quienes hacen de la humildad una herramienta para su trabajo y su crecimiento de cada día. Seguramente, entendiendo que todo lo grande destaca por sus pequeños detalles, afrontaremos mejor nuestros objetivos y sabremos apreciar mejor el trabajo de los demás.