jueves, 5 de mayo de 2011

Y los funcionarios poniendo orden

-   ¿Cómo te llamas?
-   Ra-ra-ra-ra-ra-món
-   ¿Eres tartamudo?
-   No, el tartamudo era mi padre, y el del Registro un “hijodep…”
Al final este chiste, más viejo que las pizarras de tiza, puede convertirse en realidad si prospera la propuesta de nuestros diputados para que sea el funcionario quien, a falta de acuerdo entre los padres, decida el orden de los apellidos “atendiendo al interés superior del menor”.
La verdad es que, cuando un país con cinco millones de parados, una inflación disparada y unos tipos de interés al alza, entre otras muchas cosas, dedica el tiempo de sus parlamentarios a debatir estas tonterías (con perdón de quienes consideren que no es así), es que algo está fallando en la correa de transmisión entre las preocupaciones de los ciudadanos y las de los políticos.
El funcionario de turno va a poder revivir aquella típica pregunta que tanto oyera, y odiara, en su niñez: “¿A quien quieres más? ¿A papá o a mamá?”. Pero eso no es todo, haga lo que haga, no va a salir nunca bien parado. Su decisión, más que en el orden de los apellidos, radica en elegir entre quedar como un machista retrógrado o un feminista empedernido.
Eso sí, teniendo en cuenta que, habitualmente y por razones médicas, la inscripción de los bebés la hacen los padres, yo de ellas pediría un certificado de que ha sido el funcionario quien ha elegido el orden y no el padre quien ya lo llevaba decidido de antemano y solamente lo ha utilizado como excusa.
Es más, yo propondría que, en esos casos, el niño se quedara sin apellidos, o con apellidos provisionales, hasta que fuese consciente de los padres que le han tocado en suerte. Más que nada, porque es probable que, conocida la historia, quiera intercambiarlos con los de algún primo lejano cuya familia le parezca más coherente.
Por último, confío en que, ante semejante situación, se permita que el funcionario pase informe del asunto a los servicios sociales correspondientes para que hagan un estricto seguimiento de ese niño. Si los padres no son capaces de ponerse de acuerdo en el orden de los apellidos, no sé como alguien puede pensar que vayan a ser capaces de entenderse en su educación. Vivir para ver…

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