El pacto antitranfuguismo ha muerto… ¿ha muerto? ¿pero, entonces, estaba aún vivo? Pues debía ser como tener un tío en Alcalá (que ni tienes tío, ni tienes `na´) porque nadie era consciente de su existencia y, menos aún, de los efectos que de él se esperaban. El teatro organizado ayer para certificar su defunción estaba, realmente, de sobra porque este muerto lleva tanto tiempo ejerciendo de fiambre que hace ya años que empezó a oler mal.
Pero es más curioso aún que los partidos se reunan para luchar contra el transfuguismo cuando se están preparando las listas para las próximas elecciones municipales, y que no lo hayan hecho para cada uno de los 59 tránsfugas que se han dejado ver en los doce años de pacto. Vamos a ver, el problema del transfuguismo es que supone un fraude para el electorado que, con su voto a una determinada opción política, dió su confianza al grupo de personas que la representaban en una lista cerrada. Cuando alguien de esa lista, abandona ese grupo y pasa a apoyar otras siglas y otras políticas, se traiciona el depósito de confianza del electorado porque su elegido pasa a apoyar aquello que el elector no quiso votar.
Pero hablar de transfuguismo en periodo electoral carece de sentido alguno. En elecciones no puede haber tránsfugas porque los ciudadanos podemos elegir libremente a quien queremos que nos represente durante los próximos cuatro años. Es función, por tanto, de los electores, y no de los partidos, decidir si castigamos o no este tipo de conductas en función de la justificación que puedan tener o que queramos darles.
El transfuguismo se debe castigar en los periodos interelectorales, que es cuando se traiciona la confianza recibida con el voto, sin posibilidad de que el ciudadano pueda hacer nada por evitarlo. ¿A que nadie entendería que, a mitad de partido, Messi empezara a marcar goles a favor del Real Madrid? Sin embargo, sí que se aceptaría (otra cosa es que gustara más o menos en Can Barça) que su estrella fichara por otro club al finalizar la temporada. Cada uno debe permanecer fiel a sus principios, y más aún cuando esto supone una firma contractual con la ciudadanía que, aunque se olvide continuamente, es la razón de ser de la representatividad política.
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