martes, 26 de abril de 2011

Crisis sin valor

Hace ya tiempo que no levantamos cabeza. No hay mañana que la radio no nos obsequie con algún dato negativo sobre la situación económica y sobre su evolución. El último, que la Encuesta de Población Activa, que debe publicarse esta semana, arroja ya una cifra de parados que supera los cinco millones de personas.
Supongo que con la crisis nos está pasando lo mismo que nos ocurre con el tiempo (el atmosférico, me refiero). Decimos que esta crisis es la más grave que se ha vivido de la misma forma que este verano hará más calor que nunca. Lo pasado se nos olvida, pero aún así nos atrevemos a intentar comparar, hasta que las estadísticas y los registros nos llevan más cerca de la verdad objetiva. Eso sí, solo son estadísticas, que tampoco deben ofrecernos demasiada credibilidad.
La cuestión es que esta crisis, sea o no la más grave que se ha vivido, es nuestra crisis. La primera que vivimos muchas generaciones y la que en este momento nos preocupa a todos. De las otras, se salió (de la misma forma que suponemos y esperamos que de esta también se saldrá) y aquellas ya no nos preocupan. Ahora lo importante es saber cuando y, sobre todo, cómo acabará esta etapa que nadie esperaba y que todos, aunque unos más que otros, sin duda, estamos sufriendo. Lo que empezó pareciendo una pequeña crisis financiera y ha llegado a ser una voraz crisis económica, amenaza con convertirse en una crisis de valores y, como consecuencia, una crisis del sistema.
Realmente, no hay nada en el horizonte que nos pueda hacer pensar en positivo sobre lo que tenemos delante. Por mucho que siempre haya algún indicador económico que “evolucionen favorablemente”, son muchos más los que “necesitan mejorar”. Mientras la secuencia Empleo – Renta – Consumo – Inversión no funcione de forma cíclica, va a ser difícil que podamos mirar adelante con optimismo. Y eso, sin ánimo de caer en derrotismos innecesarios, parece que aún está lejos de llegar.
De todos modos, de cualquier situación hay que sacar algo positivo. Y de las crisis también. Es el momento de replantearnos el sistema en que vivimos y en que nos movemos. Si pretendemos salir de esta crisis por la misma puerta por la que entramos, significa que no hemos aprendido nada. Los economistas nos han enseñado que la economía es cíclica, pero probablemente porque son incapaces de diseñar un nuevo sistema económico que evite los ciclos negativos de este. Del mismo modo que una enfermedad grave tiene la capacidad de hacernos cambiar nuestra forma de ver la vida, una situación tan complicada como esta, debe hacernos pensar en una nueva forma de ver el mundo. Si lo hacemos, si lo conseguimos, todos estos contratiempos habrán servido para algo. De lo contrario, solo nos quedará sentarnos a esperar a que llegue el próximo ciclo.

lunes, 18 de abril de 2011

Malas costumbres

Es probable que esteis poco de acuerdo con esta entrada, pero un estudio minucioso me ha hecho llegar a la siguiente conclusión: los fines de semana son perjudiciales para la salud. Atended, si no, a las siguientes reflexiones.
No hay más que darse una vuelta por Facebook para darnos cuenta de que no nos gustan los fines de semana. Continuamente, leemos frases del estilo “¡Por fin es viernes!”, y en pocas, por no decir ninguna, se oye que “¡Por fin es domingo!”.
Otra prueba. Situaos en la puerta de la oficina y comparad. El viernes salimos todos contentos del trabajo. Sonrientes, felices y despidiendonos de todos. Sin embargo, el lunes por la mañana, todo son ojeras, caras largas y refunfuñamos algo así como “gggggnos dias”. Venimos enfadados del fin de semana, como si no nos lo hubiésemos pasado bien y pensásemos que nunca debimos irnos.
Definitivamente, los fines de semana no son buenos y habría que hacer algo para evitarnos la cara de disgusto de los lunes por la mañana. Ahora que los partidos políticos ultiman sus programas de cara a las próximas elecciones, deberían plantearse suprimirlos. Además de mejorar nuestra salud (el mismo motivo por el que plantean  prohibirnos fumar o comer hamburguesas XXL), seguro que incrementaban la productividad de nuestra economía y, con ello, su competitividad internacional ¿A que con esto no se atreven?.
La verdad es que nos gusta la mala vida, (y no lo digo solo por los partidos políticos, ¿eh?). Nos quejamos de lo poco que dormimos a causa de los madrugones para acudir al trabajo y, cuando tenemos oportunidad de dormir más, apuramos las noches para acabar descansando lo mismo, o menos. Definitivamente, somos incompatibles con la vida de las gallinas. Eso de vivir con la luz (natural, no la de Sebastián), levantarnos al amanecer y acostarnos cuando cae la noche, no va con nosotros.
No sé si se está notando que hoy tengo uno de esos dias en que parece que nunca llegará el momento de irse a dormir. No es una de esas mañanas en las que piensas “¿Por qué me he levantado hoy?”. La pregunta sería, mejor, “¿Cómo me he levantado hoy?”. Lo peor no es eso, sino que mañana toca volver a levantarse y el miércoles otra vez.
Visto así, y volviendo al inicio del post… Si el jueves es fiesta y no se vuelve hasta el martes… ¿Con que cara volveremos al trabajo? Quizá las vacaciones tampoco sean buenas, pero… haciendo un poco de memoria… cuando íbamos al colegio y volvíamos de nuestros veraneos en septiembre, íbamos tan contentos, con ganas de volver, de contar nuestras vacaciones, de ver de nuevo a los amigos… definitivamente, el problema de los fines de semana, y de las vacaciones, no es que existan. Es que son cortos. Cambiaremos la propuesta a los políticos y les pediremos fines de semana de dos meses… igual con eso sí que se atreven. Probablemente, incluso se ofrecerían a hacer la prueba piloto.
¡¡Felices vacaciones para todos!!

lunes, 11 de abril de 2011

Pasando página

Hoy me he parado a pensar y me he dado cuenta de la facilidad que tenemos para pasar página y cuan cierta es aquella frase que dice que un clavo saca a otro clavo. Cualquier acontecimiento reciente se convierte en histórico con el paso de solo unas semanas (mucho menos, en la mayoría de casos) y solo lo recordamos como “algo que pasó”.
Hoy hace un mes del brutal terremoto que asoló el norte de Japón y se llevó por delante a muchos miles de vidas e ilusiones y, si aún lo recordamos casi a diario, es por los efectos que tuvo sobre la central nuclear de Fukushima. Después de Japón vino Libia y, después, el adiós, eso sí, diferido, de Zapatero.
Ni que decir tiene que la limitación a 110 km/h en autovías o los efectos de la Ley Antitabaco han pasado al archivo de los tiempos, igual que lo hizo, en su día, el terremoto de Haití o el plante de los controladores aéreos.
¿Capacidad de olvido o afán de superación? Probablemente la respuesta es que vivimos el día a día sin tiempo de mirar atrás, que el alud cotidiano de acontecimientos y noticias no nos deja pararnos a mirar qué ocurrió hace dos semanas y que los problemas, cuando son de otro, son siempre fácilmente superables.
Lo peor de todo es que lo mismo pasa con nosotros cuando, después de dedicar nuestro tiempo o nuestro esfuerzo a cualquier cuestión, dejamos de realizar esa actividad y pasamos a otra. La memoria suele ser muy corta, y cuando se trata de agradecimientos, lo es aún más. Si nos preguntan por un modelo a seguir, la mayoría de ocasiones buscaremos la referencia de un personaje histórico o, aún más allá, un superhéroe del cómic, antes que en nuestro compañero de trabajo, por bueno que pueda llegar a ser.
No hay duda de que, si pensásemos así, la motivación por el día a día sería totalmente nula y que, visto de esta forma, resulta poco recomendable realizar este tipo de razonamientos. En estos casos, la satisfacción debe buscarse en uno mismo, en pensar cada noche, cuantas veces se ha podido decir en el día “lo he conseguido”. Eso es lo realmente importante. Muchas veces nos centramos en recibir el afecto, el aplauso o la aprobación de los demás, cuando la realmente importante es la nuestra, siempre que tengamos cuidado de no caer en la autocomplacencia y la autoovación como tónica dominante. Si alguna vez llegamos a pensar, como decía Indiana Jones de joven, aquello de “se han perdido todos menos yo”, mejor empecemos a buscarnos, porque seguro que, aún contentos con nosotros mismos, hemos elegido el camino equivocado.

lunes, 4 de abril de 2011

Zapatero contra Zapatero

Si algo hemos ido adelantando, a medida que nos adentrábamos en esta crisis sin fondo, es que, por fin, Zapatero empieza a saber, a ciencia cierta, quien es su principal enemigo. Para sorpresa de algunos, que ya no de la mayoría, ni es Rajoy, ni es Rubalcaba ni Bono, ni es el paro ni la crisis económica. El principal enemigo de Zapatero se llama Zapatero, al que sus continuos cambios de criterio y de rumbo han convertido en una referencia complicada que lo hará ser recordado, entre otras cosas, como el Presidente más impredecible de la democracia española.
Como ya le dijeron una vez, rectificar es de sabios y de necios hacerlo a diario, y la gestión de PetaZetas al frente del Gobierno de España se ha caracterizado por sus continuos bandazos y cambios de rumbo, con la única característica común de que ninguno de ellos haya acabado produciendo los efectos que hubiesen sido deseables.
El último ha sido anunciar su marcha cuando su principal obsesión era quedarse. Su decisión, motivada sin duda por ser el último y el único en considerarse un gobernante válido, es una forma, falsa sin duda, de hacer creer a la opinión pública que su responsabilidad y su dedicación a España le obligan a proponer su relevo al frente del PSOE por encima de su voluntad personal.
El Zapatero que se va no tiene nada que ver con el Zapatero que llegó tras los atentados del 11-M. De sus propuestas de 2004 no queda nada más que un rescoldo incapaz de sostener ningún proyecto.
Su presunto talante, convertido en una larga lista de prohibiciones de todos los tipos, su innegable compromiso con las prestaciones sociales que ha acabado con el mayor recorte de ayudas que ha conocido la historia de la democracia, y su invariable rechazo a la guerra que le ha llevado a ser el primer país en poner sus medios a disposición del ataque a Libia, son solo algunos ejemplos de una deriva que se ha llevado por delante las ilusiones y el futuro de muchos españoles.
No quiero amargar la fiesta a nadie, pero Zapatero aún no se ha ido. Lo que ha hecho este fin de semana es lo mismo que hacen las visitas pesadas cuando dicen aquello de “nosotros tendremos que irnos ya” sin ni siquiera mover un músculo en nuestro sofá. No solo sigue, sino que se da casi un año de tiempo antes de levantarse. Aún a sabiendas de haberse convertido en una compañía incómoda, incluso para su partido, cuenta con la total certeza de que nadie puede sacarlo de ahí hasta que él mismo tome la decisión.
No hay nada más peligroso que un animal moribundo, y de PetaZetas no queda más que sus últimos coletazos como Presidente. Si, cuando tenía esperanzas en seguir, fue lo que fue, mejor no pensar qué puede ser a partir de ahora.
Eso sí, puestos a no pensar, mejor no entremos ahora en aquello de que “detrás vendrán que bueno me harán” porque pánico da atreverse a vaticinar qué puede haber en el postzapaterismo. En las primarias del PSOE, entre Chacón y Rubalcaba, yo lo tendría claro. Voto nulo, no vaya a ser que vote en blanco y Pepiño se dé por aludido. Por suerte, no tendré que verme en esa tesitura.

viernes, 1 de abril de 2011

¿Co-pago? Nosotros… ¿ y quien más?

A principios de esta semana, el Presidente de la Región de Murcia abría la caja de los truenos al insinuar que los ciudadanos tendrán que hacerse cargo de parte de los costes de los servicios públicos para mantener el sistema administrativo en que estamos inmersos.
Sin entrar a valorar la oportunidad de la propuesta, y estando, en principio, de acuerdo en que los servicios públicos tengan un coste directo (mínimo, por no decir simbólico), pero que haga que se aprecie aquello que se recibe y se valore si realmente es necesario aquello que se solicita, no puedo más que mostrar mi indignación por el planteamiento que se hace, en este caso y en todas las ocasiones en que se habla de esta posibilidad, acerca de este asunto.
Los políticos parecen olvidar, a veces (¿o debería decir siempre?) que el servicio público no es gratuito. Los impuestos que dan cobertura a estos servicios los pagamos los mismos que recibimos estos servicios. Podremos aceptar que es un pago indirecto, pero nunca que hacer que el ciudadano pague una parte pueda llamarse co-pago.
Realmente, el co-pago sería una sorpresa agradable para los ciudadanos. Significaría que alguien, además de nosotros, está pagando los gastos públicos. España tiene uno de los índices de esfuerzo fiscal más altos. Más de la mitad de la renta de los ciudadanos se va en impuestos. Comprar el pan, poner gasolina o tomarnos una cerveza es pagar impuestos, muchos más de los que realmente nos creemos. Aún más, cuando enviamos sms para colaborar, con nuestro dinero, a paliar los efectos de una catástrofe como fue el terremoto de Haití o lo ha sido hace poco el tsunami de Japón, el único que gana algo es el Gobierno que nos cobra el IVA sobre el coste de ese mensaje.
Que no nos hablen de co-pago, que no nos digan que tenemos que pagar una parte de los servicios públicos. Los pagamos todos, íntegros y sin excepción, los usemos o no los usemos, los queramos o no los queramos, nos gusten o no nos gusten. El presunto Estado del Bienestar en que creemos vivir conlleva estas obligaciones, y las tenemos asumidas como tales, pero que nadie nos intente engañar porque nadie, más que los ciudadanos, sostiene económicamente al Estado.