Hace ya tiempo que no levantamos cabeza. No hay mañana que la radio no nos obsequie con algún dato negativo sobre la situación económica y sobre su evolución. El último, que la Encuesta de Población Activa, que debe publicarse esta semana, arroja ya una cifra de parados que supera los cinco millones de personas.
Supongo que con la crisis nos está pasando lo mismo que nos ocurre con el tiempo (el atmosférico, me refiero). Decimos que esta crisis es la más grave que se ha vivido de la misma forma que este verano hará más calor que nunca. Lo pasado se nos olvida, pero aún así nos atrevemos a intentar comparar, hasta que las estadísticas y los registros nos llevan más cerca de la verdad objetiva. Eso sí, solo son estadísticas, que tampoco deben ofrecernos demasiada credibilidad.
La cuestión es que esta crisis, sea o no la más grave que se ha vivido, es nuestra crisis. La primera que vivimos muchas generaciones y la que en este momento nos preocupa a todos. De las otras, se salió (de la misma forma que suponemos y esperamos que de esta también se saldrá) y aquellas ya no nos preocupan. Ahora lo importante es saber cuando y, sobre todo, cómo acabará esta etapa que nadie esperaba y que todos, aunque unos más que otros, sin duda, estamos sufriendo. Lo que empezó pareciendo una pequeña crisis financiera y ha llegado a ser una voraz crisis económica, amenaza con convertirse en una crisis de valores y, como consecuencia, una crisis del sistema.
Realmente, no hay nada en el horizonte que nos pueda hacer pensar en positivo sobre lo que tenemos delante. Por mucho que siempre haya algún indicador económico que “evolucionen favorablemente”, son muchos más los que “necesitan mejorar”. Mientras la secuencia Empleo – Renta – Consumo – Inversión no funcione de forma cíclica, va a ser difícil que podamos mirar adelante con optimismo. Y eso, sin ánimo de caer en derrotismos innecesarios, parece que aún está lejos de llegar.
De todos modos, de cualquier situación hay que sacar algo positivo. Y de las crisis también. Es el momento de replantearnos el sistema en que vivimos y en que nos movemos. Si pretendemos salir de esta crisis por la misma puerta por la que entramos, significa que no hemos aprendido nada. Los economistas nos han enseñado que la economía es cíclica, pero probablemente porque son incapaces de diseñar un nuevo sistema económico que evite los ciclos negativos de este. Del mismo modo que una enfermedad grave tiene la capacidad de hacernos cambiar nuestra forma de ver la vida, una situación tan complicada como esta, debe hacernos pensar en una nueva forma de ver el mundo. Si lo hacemos, si lo conseguimos, todos estos contratiempos habrán servido para algo. De lo contrario, solo nos quedará sentarnos a esperar a que llegue el próximo ciclo.
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