Por fin lo hemos conseguido. España ha institucionalizado ya su Torre de Babel. Ayer, en el Senado, se estrenó el sistema de traducción simultánea, con el que nuestros “representantes” pueden jugar a simular que ahora entienden lo que antes ya entendían.
Soy defensor de la multiculturalidad, de la identidad de los pueblos (hasta de los más pequeños) y, por supuesto, de la conservación y la potenciación de la variedad lingüística como uno de los máximos exponentes de la riqueza cultural española, pero de ahí a admitir que se gasten 350.000 euros anuales en que se entienda lo que dicen quienes pueden entenderse sin más necesidad que la voluntad de hacerlo, la cuestión es bien distinta.
No hay duda de que el Senado necesitaba una reforma, pero no en el sistema de traducción. La representación de los territorios no es una cuestión de hablar la lengua de cada uno de ellos, sino de conocer sus necesidades, sus inquietudes y sus intereses y atenderlos como corresponde. A mi me da igual si mis políticos me defienden en castellano, en valenciano o en ruso. Mi interés es que defiendan lo que nos tiene que hacer crecer, lo que tiene que mejorar nuestra calidad de vida, lo que tiene que darnos oportunidades de futuro, lo que nos tiene que sacar de esta crisis brutal en que no sabría decir si fueron nuestros gobernantes quienes nos metieron, pero sí quienes se muestran dia a dia incapaces de sacarnos.
Gastar 350.000 euros anuales en el juguete de las traducciones es una burla para todos los españoles, especialmente para aquellos, cada vez más, que tienen verdaderos problemas para llegar a final de mes. No sé si alguna vez era un buen momento, pero desde luego, ahora no es la mejor ocasión de hacer un gasto como este. La demostración de sensibilidad de nuestros políticos queda ya, si no lo estaba antes, bajo mínimos. No se pueden congelar pensiones, reducir salarios, prolongar la edad de jubilación, reducir derechos sociales, frenar la construcción de infraestructuras… y decidir gastar ese dinero en algo tan absurdo como esto.
Con actuaciones así, no se entiende que luego cuestionen el porqué la ciudadanía da la espalda a la política (yo diría, mejor, a los políticos), que se quejen de que no se acude a votar, que no entiendan de que se pierda el interés por la “cosa pública”. Los españoles no se apartan de la política. Es la política quien expulsa de su alrededor a cualquier muestra de sensatez y coherencia.
Que sirva como moraleja la decisión de Yahvé, al conocer la construcción de
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