lunes, 17 de enero de 2011

Manzanilla Party

Hace solo una semana, nos enterábamos de que un tiroteo contra una congresista norteamericana había dejado seis muertos en Arizona. Este fin de semana, en Murcia, un consejero autonómico ha sufrido una brutal agresión sin ningún tipo de justificación. ¿El mundo se está volviendo loco o ya hace años que se volvió y ahora simplemente lo demuestra?
Sin que sea necesario decir que condeno cualquier tipo de violencia, sea física, sea verbal o sea psicológica, es cierto que nos encontramos con un nivel de agresividad en nuestra vida cotidiana innecesario e impropio de una sociedad avanzada como nos gustaría que fuese la del siglo XXI. No debemos caer en la tentación de decir que somos cada vez más violentos (la especie humana ha sido, desde siempre, protagonista de luchas, guerras y agresiones) pero cada vez tienen menos sentido estas actuaciones que no tienen más justificación que la conquista del ansiado poder.
Pero… ¿Poder qué? ¿Tan importante es mandar? La política, por definición, es todo lo contrario de lo que la estamos convirtiendo en los últimos tiempos. Es dialogo, es participación, es convivencia y es entendimiento. No podemos, quienes nos dedicamos a ella, pasarnos la vida acusando de todos los males mundiales a quienes tenemos enfrente, y recibiendo a su vez acusaciones por ese mismo motivo, y pretender que la ciudadanía no se contagie de ello.
Quienes la semana pasada acusaban a los del otro lado de instigar a la violencia que llevó a cometer el asesinato de Arizona son los mismos que ahora se escandalizan de que se les acuse de ser ellos los instigadores. Al final, es cuestión de pura geometría, si quien pega está a la derecha, quien recibe debe estar a la izquierda, y al revés, pero como nunca me he creido mucho eso de la geometría aplicada a la política, no sabría yo decir si esa obviedad es aplicable a este caso.
El resultado es que, con la estrategia del “¡y tú más!” estamos haciendo añicos la confianza que la sociedad debería tener en la clase política. Y si hundimos la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes, estaremos hundiendo, con ello, la propia estructura de la sociedad.
Juguemos a ser políticos civilizados. Juguemos a la propuesta positiva, a la respuesta hábil, a la crítica constructiva. El electorado seguro que lo agradece porque, al contrario de lo que podamos pensar, la convivencia se sigue valorando como un factor fundamental para el bienestar.

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