Esta semana, tan prolífica en noticias, entre egípcios, faisanes, reptiles y pactos, creo que merece destacar, por motivos evidentes, la presentación de Sortu como nueva marca política de la que se ha dado en llamar “Izquierda Abertzale”.
A primera vista, y sin entrar en análisis más profundos, puede parecer una buena notícia que quienes hasta ahora se habían dedicado a negociar tras sus pistolas, decidan abandonar la violencia para emplear modos más racionales y, sobre todo, más respetuosos con los derechos de los demás.
Sin embargo, por la trascendencia del asunto, hay que llegar un poco más lejos en las reflexiones. Novecientos muertos generan demasiado dolor como para dejarnos llevar ahora por euforias desmedidas al primer gesto de cambio. Cualquiera tiene derecho a cambiar y a entender que equivocó sus métodos en el pasado, pero esto, además de rectificar su estrategia de cara al futuro, debe implicar un arrepentimiento, claro y explícito, sobre sus actuaciones anteriores.
ETA y su entorno han causado sufrimiento suficiente como para que ahora no puedan bastarnos tres ruedas de prensa para creernos esta nueva realidad. Tras cuarenta años de atentados, extorsiones y violencia, los españoles necesitamos algo más para confiar en ese cambio. Sortu debe superar un período de prueba para que podamos creernos que este nuevo planteamiento es algo más que una estrategia para su vuelta a la vida política.
De momento, tenemos al lobo vestido de abuelita y con la boca cerrada, pero todos sabemos como acababa el cuento, y esos colmillos siguen teniendo la misma agresividad potencial que siempre han tenido. Será necesario demostrar, durante un tiempo, que ahora sí que están decididos a ser una organización política y a abandonar cualquier otro método.
Pero aún hay más. Si, como el Gobierno quiere transmitir, la nueva estrategia pacífica de Sortu surge por la presión policial ejercida contra ETA y su entorno, ¿por qué tenemos que pensar que, una vez haya cedido esta presión, no van a volver por sus fueros? Y si, por el contrario, el Gobierno no tiene intención de reducir esa presión, ¿cómo podemos aceptar que sea legal una organización que debe estar bajo permanente vigilancia?
De la misma forma que no se perdona a un maltratador a cambio de un simple “ya no te volveré a pegar”, no podemos olvidar todo el daño que se ha hecho desde ETA a esta sociedad. Si ese cambio es real, ellos deben ser los primeros en entender la susceptibilidad social ante esta iniciativa y la necesidad de una demostración fehaciente de su cambio de actitud. De no ser así, esto no habrá sido más que otro intento de engaño.
Precaución, ante todo, precaución, porque paciencia, lo que se dice paciencia, ya la hemos demostrado con ellos de forma más que repetida.
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