miércoles, 2 de marzo de 2011

Cada vez más seguros

Acabo de escuchar en la radio que el Tribunal de Justicia Europeo ha prohibido que las empresas aseguradoras empleen el criterio del sexo en el cálculo de los precios. Dicho de otro modo, se acaba aquello de que las mujeres se beneficien de tener unos precios más bajos tanto en los seguros de automóvil (por conducir de forma más prudente), como en los de vida (por vivir más años que, por cierto, ellas sabrán como lo hacen).
Supongo que la iniciativa debió partir de alquien que, visto lo bien que nos fue cuando se consiguió que los aparcamientos se cobrarán por minutos (en vez de horas), o que la telefonía móvil se tarificase por segundos, ha decidido seguir con ese criterio de igualdad que tanto gusta a algunos y que tantos perjuicios nos ocasiona a la mayoría.
El efecto inmediato ya lo podemos dar por hecho. Las aseguradoras igualarán al alza los precios con los seguros de los hombres. Todo un adelanto.
Vaya por delante que no estoy, ni mucho menos, en contra de la igualdad, pero sí del uso que se hace de este concepto. Igualdad no es lo mismo que uniformidad. La igualdad consiste en dar a cada uno el trato que le corresponde, de acuerdo con sus características, para conseguir una verdadera igualdad de oportunidades para todos. La igualdad no se provoca, se siente, y dar el mismo trato a quienes no son iguales, no es una correcta aplicación del concepto.
Si los maridos fuesemos iguales a nuestras mujeres (o viceversa, que tampoco quiero que se malinterprete) el índice de fracasos matrimoniales se dispararía, sin duda. El día a día está afortunadamente lleno de diferencias. Los hombres no son iguales que las mujeres, de la misma forma que los altos no son iguales a los bajos (y nadie promociona los zancos como iniciativa para la igualdad), ni los ministros alemanes (que dimiten por haber plagiado su tesis doctoral) son iguales a los ministros españoles (que no tienen acabado el bachillerato). Si fuesemos todos iguales esto sería monótono, previsible y aburrido hasta saciar.
Mejor no nos empeñemos en artificializar una igualdad que la naturaleza ha querido evitar. Esforcémonos en procurar un trato adecuado a las necesidades de cada uno, y dejemos que quien pueda beneficiarse de sus peculiares características lo siga haciendo, sin discriminar a nadie y sin que sea necesario que todos estemos peor para conseguir que todos estemos igual.

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