España, marzo de 2011: Casi cinco millones de parados, el precio del petróleo disparado, los tipos de interés decidiendo qué día empiezan a subir, las prestaciones sociales en mínimos, más de medio millón de familias desahuciadas, centenares (muchos centenares) de empresas en concurso de acreedores y… ¿quién se pone en huelga? ¡¡Los clubes de fútbol!!
Cada día estoy más seguro de que si nos parásemos a reflexionar qué hay detrás de eso que nos venden como deporte, dejaríamos de seguirlo y le haríamos tanto caso como le hacemos a los campeonatos mundiales de curling (ese deporte en que dos señores con patines persiguen con sus mochos a una piedra de granito para hacerla parar lo más cerca posible de la diana).
Comparando, en frío, la vida de cualquiera de estos niños futboleros, o la de sus dirigentes, con la de cualquier afortunado trabajador, nos daríamos cuenta cómo la sociedad tiene con ellos una tolerancia que no tiene, ni de lejos, con otras actividades.
Imaginemos cualquier empresa dispuesta a ofrecer, a cambio de dos horas semanales de trabajo (cuatro, en el peor de los casos) y otras pocas (no más de doce, por favor) de formación a cargo de la empresa (que al fin y al cabo los entrenamientos no son otra cosa), un contrato blindado, multimillonario e insultante para cualquier mortal de los que cada día se levantan antes de salir el sol y vuelven a casa ya caída la noche.
Si a estas condiciones añadimos, además, las horas que la radio y la televisión dedican a su vida y “milagros” no es de extrañar que estos privilegiados acaben considerándose dioses en una sociedad necesitada de ídolos.
Es vergonzoso que el menor presupuesto de la Primera División (el del Levante, con veinte millones de euros) sea casi igual al del Ayuntamiento de Xátiva, donde viven 30.000 personas. Es aberrante que familias que necesitan hacer grandes esfuerzos para poder comer a final de mes, tengan que ver cómo sus impuestos se dedican a financiar un espectáculo que, además, no siempre garantiza la calidad que de él debería esperarse. Pero, por si todo eso fuese aún poco ridículo, ahora los clubes se ponen en huelga porque les parece poco lo que obtienen de las televisiones (su principal medio de vida).
Quienes deberían ponerse en huelga son los aficionados. Un domingo sin fútbol, con los estadios vacíos, las televisiones apagadas y las radios poniendo música no sé si serviría para mucho, pero al menos sí para demostrarles que empezamos a estar cansados de que nos tomen el pelo.
Solo un dato: para ganar lo que costó fichar a Cristiano Ronaldo, un mileurista debería estar trabajando ¡¡¡7.833 años!!! (Ni Zapatero en estado puro nos haría trabajar hasta esa edad, por mucho que pueda ser que, en algún momento, haya tenido tentaciones). ¿Es para cansarse o no es para cansarse? Pues no, hoy España vive preocupada por si la selección tiene que jugar mañana en un campo sin césped… ¡¡Anda ya!!!
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